lunes, 11 de marzo de 2013
La Política Faccional y el Estado Nacional en El Salvador, 1830-1890
Cuscatlán y Cojutepeque: económica regional.
Cojutepeque fue el centro de una red regional
comercial que empezó a extenderse a fines del siglo XVIII. Durante las últimas
décadas de este siglo, esta localidad consolido sus tierras comunales,
clarificando y extendiendo sus títulos. Esto contribuyó a que los campesinos y
agricultores de esta población no tuvieran que preocupar por el acceso a la
tierra asta entrando al siglo XX. En la década de 1760, solo había una hacienda
o finca de importancia dentro del área comprendida por Cojutepeque, el cual
utilizo el trabajo asalariado tributado por las comunidades indígenas y en este
caso esta unidad estaba entre las más pequeñas por la provincia de el salvador.
La economía de Cojutepeque estaba
basada en la producción extensiva de granos y azúcar, siendo este último
exportador a toda la provincia. En 1859, funcionarios de Estado notaron que
esta municipalidad no tenia hacienda, pero si muchos “hatos y chacras”. La producción de café
había avanzado bastante y casi toda las fincas en los suburbios de la ciudad ya
producían este producto.
Junto con su efectiva economía
campesina, la población de la región se expandió dramáticamente. En 1740, el
municipio contenía solamente 330 indios, dedicados a vender sus productos a los
viajeros en el camino real. De 2,500 habitantes durante la década de 1790, la
población se expandió a cerca de 8.000 y
11.000 en 1853.
Durante la década del 1870, un
oficial local observo que cuando se intento sistematizar el cobro del canon de
tierras ejidales, al parecer solamente con los Ladinos (las comunidades
indígenas mantenían el privilegio colonial del control autónomo sobre sus
tierras y por ende no pagaban canon), entonces muchos campesinos ladinos se
declamaron indígenas para evitar el pago del alquiler. Sin embargo, durante el
siglo XIX, el acceso a la tierra no fue un problema para el campesinado de esta
ciudad.
MOVIMIENTOS CONTESTATARIOS Y REVUELTAS EN COJUTEPEQUE
En Cojutepeque, el primer conflicto
pos-conquista de que se tiene conocimiento ocurrió a fines del siglo XVIII.
Para la década de 1790, Cojutepeque ya tenía una población étnica mixta, con
1.888 indios y 631 ladinos, aunque las poblaciones cercanas a la ciudad eran
más densamente indígenas.
Dentro del pueblo, los indígenas y
ladinos residían en barrios separados. Las tenciones entre estos dos grupos
llevaron a confrontamientos entre los primeros y los oficiales de la milicia.
Los privilegios inherentes a la exclusiva participación de los ladinos en la
milicia y, posiblemente, en el mercado externo conllevaba conflictos con los productores
indígenas que controlaban la tierra a través de sus privilegios corporativo.
Otros aspectos de importancia es que se confirma la ausencia de conflictos
entre campesinos y hacendados u otros grandes terratenientes.
Durante la revuelta, dirigida contra
los “realistas”, destituyeron a los funcionarios de la Corona española. Los
indios de los pueblos cercanos, en el departamento de la Paz, también
participaron en este movimiento. El Gobierno envió tropas desde San Salvador
para contener a los rebeldes.
Erl flujo e inestabilidad producidos
por la crisis, que comenzó en 1808, rompió el balance de poder local y abrí las
puertas a la participación popular autónoma. Luego, durante los años inmediatos
a la revuelta, el Gobierno Colonial y los criollos-que entraron con más poder
en el Gobierno regional-introdujeron una serie de reformas comerciales y
políticas con la intensión de aplacar a los sectores populares.
Después dela independencia, siguió
un periodo de tranquilidad durante los años de 1820, que fue interrumpido por
la serie de movimientos locales y regionales en la década de 1830. No sabemos
específicamente si el movimiento centrado en San Vicente y La Paz dirigido por
Anastasio Aquino, durante 1833, obtuvo la participación de los indígenas de
Cojutepeque.
En 1835, a solo dos años de la
superación del movimiento de Aquino, las autoridades de la federación quitaron
del poder al jefe de estado de El Salvador, Nicolás Espinoza, por estar
conspirado con los indígenas de la región central del país para crear una
república indígena un movimiento que presagiaba la alianza campesina indígena y
ladina construida por carrera en Guatemala pocos años después.
La victoria de Carrera Guatemala y
las duraderas alianzas que se establecieron no significaron el cumplimiento
completo de esta agenda, pero si aplicaron la institucionalización de poder
regional de estas comunidades, asi como una forma de veto político primitivo
sobre las formas de Gobierno y la esfera de acción estatal.
DUEÑAS, SANTIAGO GONZALEZ Y COJUTEPEQUE
Durante los
primeros años de su Gobierno, Dueñas-tal vez con el apoyo de Rivas- trato de
desarmar a la facción indígena de Cojutepeque, la cual, de acuerdo con Gustave
De Belot, había sido “poderosa y armada” y “representaba una esperanza para el
Gobierno”.
El Gobierno de Dueñas,
aparentemente, no respondió con la represión, pero ordeno una investigación de
la revuelta.
Durante 1870, Rivas, que había
quedado como gobernador, se fue al exilio después de que su hermano muriera en
una revuelta en Santa Ana y aparentemente insatisfecho con el régimen de Dueña.
Se llevo consigo toda la tropa del cuartel, además de varios artesana y
campesina que lo apoyaba. Desde Honduras, se fracción se unió con Santiago
González en los esfuerzos de este por derrotar al Gobierno de Dueñas. Esta ves,
Rivas no conto con el apoyo masivo de los indígenas de Cojutepeque, pues no
pudo reclutarlos para el movimiento de Santiago Gonzales. A pesar de ello,
Gonzales tomo el poder del 12 de Abril de 1871, con el apoyo de varias
fracciones indígenas de occidente y de los liberales de Guatemala. Mientras
algunos indígenas de occidente se alineaban a favor del nuevo régimen, los
Cojutepeque de nuevo se prepararos para ser los movimientos anti estatales.
Observadores de este periodo andado
diferentes explicaciones a las motivaciones internas de esta revuelta. La
ferríere en su obra publicada en 1877, explico la hostilidad de los indígenas
de Cojutepeque se originaba el deseo de volver a ser la capital de la República
y en el Centro del poder estatal. Según el, durante los tres años que
Cojutepeque sirvió de Capital, en el periodo de 1830 a 1850, se formo un fuerte
“partido político”, logrado atreves del poder extensivo del gobernador. La
oposición de los indígenas a barrios resulto, en esta versión, del traslado de
la capital a San Salvador. Los Cojutepeque querían entonces, volver a una
posición anterior de poder nacional.
RIVAS Y LOS INDIGENAS DE COJUTEPEQUE: 1871-1900
La aparente tranquilidad del periodo
que va e 1872 a 1886 estuvo marcada por el auge de otra forma menos violenta de
hacer política, incluyendo la formación de clues la expansión del sufragio, y
las luchas conectada con la formación de asamblea legislativa y constituyente
la transmisión del poder presidencial, sin embargo, todavía estuvo
caracterizado por el uso de la fuerza armada y la intervención de los gobiernos
de Guatemala y Honduras.
El primero de abril de 1885 el
presidente Barrios de Guatemala ataco a El Salvador, intentando derrocar a
Zaldívar después de su negativo apoyar al decreto de unificación Centro
Americana. El ejercito de Guatemala tomo Chalchuapa y Santa Ana con el apoyo de
milicias salvadoreñas del volcán de Santa Ana, Nahuisalco, Chalchuapa y
Atiquisalla casi todos los indígenas figuras liberables notables como el
General Francisco Meléndez, Rafael Mesa, Rosa Pocas y Manuel Pacas también
apoyaron el derrocamiento de Sandiar, como parte de este movimiento,
“ochocientos tropas” indígenas de Cojutepeque se movilizaron durante mayo de
1885.
En diciembre de 1889, este tubo que
enviar 500 soldados a luchar contra el, quien se había declarado en contra del
Gobierno con el apoyo de sus milicias indígena. A su vez Meléndez había tratado
de quitarle su base de poder como Gobernador de Cuscatlán luego que Rivas
desaprobara el candidato oficial a la presidencia que posiblemente sustituyera
a Meléndez. Rivas capturo al nuevo gobernador cuando este intento ocupar su
cargo lo que hiso Meldes enviara al general Carlos esta a combatirlos. Aquel se
preparo para resistir a las tropas del Gobierno pero no estaba bien preparado y
sus fuerzas fueron obligadas a salir de la ciudad a pesar que movilizo a sus
milicias indígenas.
Las movilizaciones de Cojutepeque
tuvieron un impacto más amplio. Como parte de los esfuerzos contra la
movilización de Rivas, el gobernador de Usulután recibió ordenes durante
diciembre de 1890 de reclutar a medio batallón de “milicianos”, y enviarlos a
San Miguel donde se preparaban fuerzas para ser enviadas a Cojutepeque.
Aunque los indígenas de Cojutepeque
nunca llegaron de nuevo a movilizarse como lo hicieron todo el periodo anterior
a 1890, los dirigentes que resultaron de este periodo continuaron su acción
político-ha beses armados-asta el tratado del siglo XX en contra del Gobierno
que consideraba de despóticos o antiliberales.
LAS REVUELTAS, DE LOS INDIGENAS Y LA FORMCION DEL ESTADO NACIONAL.
Mientras estas revueltas y
movilizaciones apoyaron los intentos de los indígenas por mantener acceso y
control sobre los recursos económicos-como la tirra-, las cuestiones agrarias
solo aportan una parte limitada de la explicación de estos movimientos. La
interpretación clásica de las revueltas de finales del siglo XIX esta
equivocada porque reduce la movilización campesina a una acción defensiva
contra la agricultura de exportación a la exportación o la expropiación de
tierras comunales, que, supuestamente, ocurrieron en este periodo. La discusión
de la historia de este periodo indica que la movilización popular surgió, por
lo menos en estos casos de un campesinado y de un artesanado que, aunque
claramente diferenciando, mantenía control sobre los recursos económicos de se
regio. En esta perspectiva, precisamente las comunidades con mas recursos y
mucho de que defender y mas aun de ganar eran los mejores candidatos para la
movilización local y nacional.
Una situación que facilito la
movilización armada de los indios durante el siglo XIX en El Salvador, fue la
persistencia del reclutamiento militar para la fuerza del Gobierno los hombres
indígenas servían en las iglesias locales, los cuales se reunían los domingos
para hacer sus ejercicios. Aunque el Gobierno siempre mantuvo una fuerza
profesional de soldados conocido como “veterano”; en tiempo de crisis
políticas-algo que ocurriría muy frecuentemente-, las milicias jugaban un papel
importante, no fue si no hasta la década de 1890 cuando el Gobierno logro
organizar un sistema de reclutamiento mas sistemático y el ejercito profesional
se organizo como fuerza permanente y bien equipada.
El liberalismo político de finales del
siglo XIX
Las llamadas “reformas liberales” del siglo XIX impulsadas por los
gobiernos de Santiago González (1871-1876), Rafael Zaldívar (1876-1885) y Francisco
Menéndez (1885-1890) se proponían políticamente la construcción de un Estado
laico en El Salvador, es decir, buscaban la separación del poder civil del
eclesiástico; o en términos aún más específicos, buscaban la sustitución de
principios fundamentales del liberalismo católico español (Estado confesional,
tierras ejidales y comunales, cementerios católicos, total prohibición a la
libertad de cultos, educación católica, matrimonio religioso, imposibilidad de
divorcio, no libre testamentifacción, etc.) con los que fueron moldeadas
originalmente las Provincias del antiguo Reino de Guatemala, luego de
independizarse de España. Ahora se proponía reconfigurar el Estado salvadoreño
con los principios de un liberalismo radical (“rojo”, “jacobino”) de influencia
francesa que demandaba una total separación entre Iglesia y Estado, pero
también la adopción de otras políticas estatales que transformaran
profundamente las instituciones arriba mencionadas.
En ese sentido,
constituye un grave error reducir la transformación del Estado salvadoreño
durante el último cuarto del siglo XIX a la privatización de las tierras
comunales y ejidales, o que las llamadas “reformas
liberales” buscaban transformar únicamente la estructura de la tenencia de la
tierra. En realidad, debe entenderse que tanto liberales radicales como masones
buscaban una sola cosa: un cambio estructural del país, de inventar, modelar o
crear –si se quiere– un nuevo país de acuerdo con los importantes cambios
ideológicos y políticos que se estaban realizando en Europa y en América, y
parte de esa transformación o secularización pasaba indiscutiblemente por la
privatización de las tierras comunales y ejidales, a las que se les consideraba
una reliquia viviente del modo colonial, retrógrado y reaccionario, de concebir
el mundo.
Es claro que un proceso de transformación política tan radical en la
institucionalidad del país demandaba para su implementación y salvaguarda la
aprobación de leyes y de Constituciones políticas en las que quedaran
férreamente establecidas las bases del Estado laico. Por ello, desde la
llegada del presidente Santiago González en abril de 1871, se inició un proceso
de elaboración de leyes y de Constituciones políticas que progresivamente
fueron introduciendo cambios esenciales en la estructura del Estado. Si este
proceso de transformación formal tomó 14 años (1871-1886) y necesitó de la
elaboración de 6 Constituciones (1871, 1872, 1880, 1883, 1885, 1886), nos
indica que se trataban de cambios difíciles de implementar; es decir, que
liberales radicales y masones encontraron importantes resistencias, tanto de
parte del clero como de los sectores conservadores y de buena parte del pueblo
que miraba con desconfianza las políticas estatales promovidas por los nuevos
liberales.
En efecto, las resistencias populares a la secularización
del Estado podían ser producto tanto de una ideologización deliberada e
interesada por parte del clero –como alegaban los liberales anticlericales–,
pero también de la clara conciencia que los sectores populares fueron
adquiriendo de que tales cambios implicaban la pérdida de importantes
privilegios que disfrutaban desde tiempos de la Colonia, como eran precisamente
las tierras ejidales y comunales, o los comerciantes seguir vendiendo sus
productos en las calles y no en “modernos” mercados como los
construidos en San Miguel en 1875; y, por supuesto, también estaba en juego la
pérdida de una visión de mundo que le daba sentido y seguridad a la existencia
humana (el tradicional rol social de la mujer, religión única, cementerios,
matrimonio y educación católica). Es innegable, pues, que algunas de las
políticas estatales implementadas por liberales secularizantes y masones
afectaban la vida diaria de los habitantes del país; y es claro que esos cambios
afectaron y dañaban a uno de los sectores más poderosos del país: la Iglesia
católica.
Se suele sostener que la Iglesia católica salvadoreña tenía muy poco que
perder con las reformas políticas del último cuarto del siglo XIX, porque
siempre fue una Iglesia pobre, sin grandes posesiones territoriales o riquezas
económicas; pero ¿acaso no era suficiente poder el monopolio de la verdad y la
falsedad, de lo que se debe leer o no, de lo que se debe enseñar o no, o si una
persona merece ser enterrada en un cementerio o no, etc.? En ese sentido,
implicaba un gran cambio el que a las nuevas generaciones de ciudadanos ya no
se les iba a enseñar que la religión católica era la única verdadera, que de
ahora en adelante se tolerarían en el país la práctica pública de todos los
cultos religiosos. Y por supuesto, la Iglesia católica luchó denodadamente por
no perder el control de los nacimientos y las defunciones, o de los
matrimonios. En fin, como parte de este movimiento de oposición a los procesos
de secularización debe entenderse los graves disturbios de San Miguel en Junio
de 1875.
Por otro lado, también
se suele sostener que la llegada de Santiago González al poder no implicó
grandes cambios en la estructura económica, o que su Presidencia no representó
ningún cambio fundamental para la historia política e institucional del país.
De nuevo, se trata de una afirmación demasiado tajante para ser verdadera.
Porque, ¿acaso lo económico es lo único fundamental o necesario para entender
el devenir histórico de los pueblos? Más bien, es obligatorio preguntarnos a
estas alturas cómo es posible que la mayoría de los investigadores de los
procesos históricos que tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX en
Centroamericana le hayan dado tan poca importancia al proceso de secularización
que arrancó tan tempranamente –aunque sin éxito- durante los
mandatos en Guatemala de Mariano Gálvez (1831-1838) y de Francisco Morazán,
para terminar absolutizando los procesos económicos como los únicos decisivos
a la hora de escribir la historia de los pueblos centroamericanos. Y resulta
mucho más sorprendente constatar el esfuerzo que han hecho algunos de estos
historiadores por nulificar o desvirtuar la trascendencia y lo traumático que
resultaron estos tempranos procesos de secularización.
Frente a esta interpretación, historiadores como Ralph Woodward han logrado
probar que fueron precisamente los “curas fanáticos” de Guatemala los que
iniciaron el incontenible movimiento popular-católico de protestas que llevó al
poder al conservador Rafael Carrera y a ejercer la Presidencia durante 30 años.
Especialmente cacofónicos resultan aquellos historiadores que solo ven en el
ascenso del café y las oligarquías cafetaleras las únicas causas para explicar
lo acontecido en Centroamérica a partir de 1871; luego terminan concluyendo que
tanto conservadores como liberales impulsaron el café, por lo que al final se
quedan sin el necesario y estricto contrincante dialéctico que ayuda a entender
los movimientos históricos.
Y sin embargo, al igual
que ocurrió en tiempos de Mariano Gálvez en Guatemala, durante los años de las
llamadas “reformas liberales” las fuentes católicas refieren categóricamente a
que entre 1871 y 1886 en El Salvador se libró una intensa batalla entre
“liberales ateos” y “buenos católicos”; y por su parte, las fuentes liberales
confirman también la percepción de que con la llegada de la Administración de
Santiago González había iniciado un significativo cambio en las políticas de
Estado que fueron arrinconando progresivamente a los “fanáticos católicos”,
quienes eran concebidos como los verdaderos enemigos del progreso, de la
Libertad, de la Igualdad y la Fraternidad. Además, ambas fuentes confirman que
estas medidas “diabólicas” o “progresistas” fueron continuadas y profundizadas
durante la larga presidencia de Rafael Zaldívar, con el claro apoyo de
liberales radicales y masones, a pesar de que Zaldívar había sido un cercano
colaborador del conservador Francisco Dueñas (1863-1871).Tanto
era la convicción de que había habido una ruptura entre la manera de entender y
hacer política desde los tiempos de Dueñas, que las ambigüedades mostradas por
el General Francisco Menéndez al inicio de su mandato no dejaron de alarmar a
los radicalizados defensores del liberalismo secularizante que contemplaban con
horror cómo Menéndez había reservado a Manuel Gallardo el decisivo cargo de
Ministro de Hacienda, “á pesar del general desagrado que provocaba su presencia
en el Gabinete” dadas sus posturas políticas conservadoras. Seguramente no menos
vergüenzas generaba para los liberales radicales comprobar cómo Menéndez era
elogiado por conservadores y católicos, y cómo, en fin, Menéndez había abierto
las puertas para que el clero “fanático y reaccionario” participara en la
Constituyente de 1885, o cómo había permitido la reintroducción de la cátedra
de derecho canónico en la Universidad.
Aunque siempre es
difícil tener certeza sobre las convicciones religiosas de las personas,
podríamos conceder que muy probablemente los planteamientos ideológicos de
Dueñas eran muy similares a los de González, que quizás ambos eran fervientes
creyentes en un liberalismo moderado, sinceros y temerosos católicos; pero,
¿qué decir de los Ministros de Estado de Dueñas y de los de González? O, ¿qué
decir de los Representantes que redactaron la Constitución de 1864 y los que
redactaron las Constituciones de 1871-72 en adelante? Un análisis detallado
mostraría que la clase política y los burócratas en el poder a partir de 1871
fueron modelando e introduciendo poco a poco políticas que efectivamente
fueron secularizando el Estado salvadoreño, medidas que fueron generando
importantes resistencias de parte de estos sectores católicos y conservadores.
Es en este sentido que debe entenderse la
expulsión de jesuitas, capuchinos y hasta de obispos a partir de 1872, la
ruptura del Concordato con el Vaticano, la supresión de periódicos católicos en
los que se atacaba a la nueva generación de liberales radicales
centroamericanos. En este sentido, la férrea insistencia de parte de los
sectores católicos y conservadores de que con la llegada de Santiago González
al poder y la fundación de la Logia masónica “Progreso Nº 5” había iniciado una
era de terribles y lamentables cambios en la conducción política del Estado
A la luz de todas estas consideraciones, sería un error, a mi juicio,
considerar que las únicas motivaciones que tenían los Presidentes salvadoreños
para convocar a una nueva Constituyente durante los años 1871-1886 era que se
aprobara su reelección o se ampliara el período presidencial. Aunque los
deseos de eternizarse en el poder tanto ayer como ahora han sido una poderosa
motivación para convocar a una Constituyente, para la clase política de
liberales secularizantes y masones, cada Constituyente era una nueva
oportunidad para ir profundizando en el proceso de transformación del Estado
desde los ya vetustos, anacrónicos y ahora reaccionarios principios del
liberalismo católico hispánico a los principios más avanzados del moderno
liberalismo laicizante; pero también cada Constituyente era una oportunidad más
para que conservadores y católicos hicieran importantes críticas a este proceso
de transformación y pedir su reversión al estado de cosas en que había dejado
al país la conservadora Constitución de 1864, cuyo Congreso Constituyente
había hecho un esfuerzo por no romper con el paradigma del liberalismo católico
español. Y las mismas resistencias se producían cada vez que liberales
radicales y masones intentaban introducir leyes que transformaran el carácter
católico de la educación o promovieran la educación intelectual de la mujer,
etc.
A mi parecer, pues, hubo
significativas rupturas ideológicas y de políticas de Estado entre las
Constituciones de 1864 y la de 1871, y estas diferencias se fueron haciendo
cada vez más amplias a lo largo de las restantes que fueron siendo aprobadas
hasta llegar a la de 1886; es decir, cada nueva Constituyente iba reafirmando
las conquistas del liberalismo laicizante ya logradas, e introduciendo nuevas
–quizás las que se atrevían a introducir o las que tuvieron éxito en imponer
del amplio catálogo de reformas que incluía el proyecto Liberal de
secularización del Estado. Y sobre todo no puede obviarse que muchas de estas
políticas secularizantes se estaban tratando de implementar en países tan
distantes como Francia o Bélgica o Alemania. Recuérdese, por ejemplo, que
Bismark expulsó a los Jesuitas de Alemania en 1872, es decir el mismo año que
lo hizo Guatemala y El Salvador.
Por ello sostengo que las reformas políticas liberales
salvadoreñas deben ser definidas más precisamente como “secularizantes”. Es
claro que liberales radicales y masones estaban convencidos de que los tiempos
habían cambiado, que ahora sí les había llegado su turno para implementar las
políticas que las generaciones anteriores de liberales radicales soñaron con
hacer realidad, pero con resultados catastróficos. Me refiero a las
generaciones de Mariano Gálvez, de Francisco Morazán, pero también a la de
Gerardo Barrios, Manuel Suárez y Manuel Irungaray. Ciertamente la tarea seguía
siendo harto difícil, las resistencias del clero y de los católicos seguían
siendo poderosas.
Pero la historia
demostró al final –al menos en el caso de El Salvador- que liberales
secularizantes y masones estaban en lo correcto: el tiempo les favorecía. La
permanencia desde entonces del espíritu laico de las Constituciones de 1885 y
1886 es una buena prueba de esta afirmación.
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