El desenvolvimiento de la guerra civil

miércoles, 13 de marzo de 2013


        

        La mayoría de estudiosos de la guerra civil establecen su inicio en 1981. Sin embargo, hay que hacer notar que desde principio de los años setenta surgieron varias organizaciones armadas revolucionarias, tales como las Fuerzas Populares de Liberación (FPL, en 1971), el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP, en 1972) y a mediados de la década las Fuerzas Armadas de Resistencia Nacional (FARN, en 1975) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC en 1976) que ejecutaron acciones militares en contra de los cuerpos de seguridad, secuestros de prominentes empresarios y políticos y asaltos a bancos. Los fraudes electorales de 1972 y 1977 convencieron a estos grupos que no era posible llegar al poder por la vía electoral, ya que los militares no estaban dispuestos a entregar el gobierno a la oposición.
Ante el crecimiento de la protesta social y las acciones armadas de las organizaciones revolucionarias, el 15 de octubre de 1979 un grupo de oficiales llevó a cabo un golpe de Estado contra el presidente Gral. Carlos Humberto Romero (1977- 1979) con el propósito de detener el proceso revolucionario. Los militares golpistas se comprometieron a ponerle paro a las violaciones a los derechos humanos y a la violencia política; también anunciaron la implementación de una reforma agraria, la nacionalización de la banca y el comercio exterior con el pro­pósito de redistribuir de manera equitativa la riqueza del país. A los pocos días del golpe se conformó una junta revolucionaria de gobierno integrada por dos militares y tres civiles, pero esta no fue capaz de controlar el espiral de violencia. En enero de 1980 la junta se desintegró al renunciar los miembros civiles. Una nueva junta se conformó esta vez producto de un pacto entre el Partido Demócrata Cristiano, hasta ese momento el principal partido de oposición y la FAES.
En octubre de 1980, las organizaciones políticos milita­res que actuaban cada uno por su cuenta decidieron constituirse en una sola organización el FMLN, estaría conformado por el ERP, las FPL, la FARN, el Partido Revolucionario de los Tra­bajadores Centroamericanos (PRTC) y las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) el brazo armado del Partido Comunista Salvadoreño que por años se había negado a participar en la lucha armada.


El 10 de enero de 1981 el recién fundado FMLN llevó a cabo una ofensiva militar denominada “Ofensiva Final” con la que pretendía insurreccionar a las masas, atacar los cuarteles y principales ciudades y la sublevación de los militares que apo­yaban un cambio político. La ofensiva duró aproximadamente diez días y aunque no logró el objetivo de insurreccionar a la población y tomar el poder por la vía armada, sí dejó claro que el FMLN era una fuerza político militar. En septiembre, fue re­conocido como fuerza beligerante por parte de México y Francia. El gobierno y la FAES se propusieron eliminar a la insurgencia, lo que dio lugar a una guerra a gran escala. La Fuerza Armada desarticuló las redes de apoyo urbano del FMLN por lo que este se replegó a las áreas rurales. Lanzó grandes operativos para aniquilar a la guerrilla; pero a pesar de la ventaja cuantitativa y logística de la FAES, por ejemplo el uso de helicópteros que le daban mayor movilidad a las tropas y los batallones de in­fantería de reacción inmediata entrenados en Estados Unidos, le fue imposible derrotar militarmente al FMLN. A mediados de 1981, El Salvador estaba en plena guerra, el FMLN había logrado controlar ciertas regiones del país especialmente en el oriente, el norte y la zona paracentral. Aunque después de la llamada “ofensiva final” había quedado en situación defensiva, poco a poco recuperó su capacidad de ofensiva más permanente.
La estrategia gubernamental y de los Estados Unidos consistía en impulsar los procesos electorales para restarle legi­timidad al FMLN. El 27 de marzo de 1982 se eligió una Asamblea Constituyente para que preparara una nueva constitución. El FMLN rechazó las elecciones por considerar que la maquinaria electoral estaba en manos de aquellas fuerzas que habían sido culpables de los fraudes electorales, por lo que incrementó sus acciones armadas a través de ataques militares a diferentes cuarteles, posiciones de avanzada de la FAES, sabotaje a la infraestructura económica, ocupaciones de poblados, etc. La derecha resultó ser la gran ganadora de la elección por lo que tomó el control de la Asamblea Constituyente. Eligió presidente provisional a Álvaro Magaña, un banquero con fuertes lazos con los militares. La Asamblea Constituyente frenó las reformas agraria y bancaria que había impulsado la Junta Revolucionaria de Gobierno instalada después del golpe de Estado de 1979.

A la altura de 1984 la guerra se había prolongado por cuatro años, pero no se visualizaba en el horizonte inmediato la posibilidad de triunfo militar para alguna de las partes en con­flicto. En las elecciones presidenciales de ese año se enfrentaron los candidatos de los dos partidos políticos más importantes, el Ing. José Napoleón Duarte del PDC y el mayor Roberto D´aubuisson de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) un partido de derecha fundado en 1981. Duarte apoyado por los Estados Unidos resultó vencedor en segunda ronda con un 53.6 % de los votos válidos. El nuevo Presidente convocó a un diálogo con la dirigencia del FMLN. Sin embargo, a pesar de producirse varios encuentros entre representantes del gobierno y dirigentes de los alzados en armas no se logró un acuerdo ne­gociado al conflicto. La presidencia de Duarte finalizó en marzo de 1989 sin conseguir la finalización del conflicto.

Diálogo-negociación para finalizar la guerra civil

En junio de 1989 asumió la presidencia el candidato del partido ARENA, Alfredo Cristiani quien hizo un llamado al diá­logo con el FMLN. En septiembre es suscrito un acuerdo entre representantes del gobierno y el FMLN en el que se comprome­ten a reanudar el diálogo suspendido en 1987. Sin embargo el 3 de noviembre el FMLN suspende su participación en el diálogo iniciado en México. Días después lanza una ofensiva militar denominada “Al tope y punto” que alcanzó a las principales ciudades del país y puso en jaque al ejército. Aunque el llamado a la insurrección que hizo el FMLN no tuvo éxito quedó claro que no había posibilidades de una victoria militar de alguno de los bandos en pugna. En el marco de la ofensiva militar fueron asesinados seis sacerdotes jesuitas de la Universidad Centroame­ricana. Este hecho conmocionó a la opinión pública y terminó de desacreditar al ejército. Lo que se tradujo en una presión para que el gobierno asumiera la negociación seriamente.



En abril de 1990 se reiniciaron las pláticas de paz, con intermediación de la Organización de la Naciones Unidas (ONU). En diciembre de ese año el FMLN lleva a cabo otra ofensiva militar en la que se derribaron los primeros aviones con misiles tierra-aire. El año 1991, las acciones armadas dis­minuyeron mientras la negociación avanzaba favorablemente. El 27 de abril se firmó el acuerdo de ciudad de México donde se dieron por finalizadas las negociaciones en lo que respectaba a tenencia de tierras y se incluyeron reformas constitucionales de orden judicial, militar, electoral y de derechos humanos. A finales de diciembre se estableció la fecha para la firma de los Acuerdos de Paz. El 16 de enero de 1992 se firmó en el castillo de Chapultepec (México) el texto completo de los Acuerdos, con lo que se ponía fin a la guerra que consumió las energías salvadoreñas a lo largo de la década de los ochenta.

Los Acuerdos de Paz: ¿refundación de la República?

Sobre la refundación de la República

Los Acuerdos de Paz firmados en enero de 1992 fueron un pacto entre el Gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN. El documento com­prometió al Estado a realizar cambios institucionales estraté­gicos que serían una alternativa al ordenamiento político que, aunque ya agotado, habían provocado este conflicto armado. Veinte años más tarde, ¿puede determinarse si los pactos sen­taron las bases para la refundación de la república salvadoreña?
Transcurridos 11 años de la firma de estos Acuerdos, el Secretario General de las Naciones Unidas anunció el 20 de diciembre de 2002 que la función de verificación de este organismo en El Salvador había llegado a su fin. Planteó que los 4 objetivos principales pactados por el gobierno y el FMLN –“el fin de la guerra, el pleno respeto a los derechos humanos, la democratización y la reconciliación– se habían logrado o estaban bien encaminados”. “El Salvador de 2002 es un país transformado”, decía al afirmar que el FMLN se había integrado en forma completa a la institucionalidad política nacional, que las Fuerzas Armadas se habían reformado y retirado de la vida política y que la impunidad ya no era la norma de las institu­ciones del estado.

Pero también reconocía que El Salvador se integraba a la vida nacional, regional y hemisférica, “con instituciones aún frágiles, una cultura política endeble y amplias desigualdades socio-económicas”, tal como sostuvo el Informe sobre Desarro­llo Humano de 2005. La polarización, la dificultad para alcanzar nuevos acuerdos políticos y la reducida participación ciudadana en la vida política y en los partidos, eran otros aspectos defici­tarios del proceso en ese momento.

En la actualidad, el cumplimiento del vigésimo aniversa­rio de los Acuerdos de Paz se dará en un entorno de opiniones encontradas. Para unos, no merecería ser celebrado porque sus logros se estancaron o retrocedieron sin variar las condiciones socioeconómicas que generaron el conflicto armado; para otros debe ser festejado por todos porque su éxito e impacto ha sido casi total y de carácter integral en la actual institucionalidad de la sociedad y del orden político. Entre estos extremos muchas opiniones son muy amigables con los acuerdos y los evalúan con magnanimidad, acercándose a cualquiera de los polos depen­diendo del aspecto que analizan. Todos, no obstante, reconocen la significación histórica del evento.
En efecto, la evaluación de la refundación es una tarea aún muy difícil ya que es un período vital en el que muchos actores –los analistas, historiadores e intérpretes incluso– to­davía están siendo afectados, influenciados, por consecuencias de las decisiones de ese momento o por las formas en que se implementaron e implementan las mismas. Desde la perspec­tiva de la formación de las nuevas instituciones y estructuras, también es atinente preguntarse si veinte años son suficientes para captar si las instituciones que se querían eliminar han sido sustituidas en realidad, si la nuevas son irreversibles, si se consolidan –y cuáles han sido sus formas de consolidación–, o si solo han logrado “cambiar para no cambiar”. Hay mucho que discutir, pero algo es real, nuestra rea­lidad actual fue moldeada –en gran manera– por los aconte­cimientos que se desataron o amarraron a inicios de la última década del siglo XX, con los Acuerdos de Paz. La sociedad salvadoreña había llegado a un momento conflictivo de cam­bios, empantanados en un trágico equilibrio de las armas, y los Acuerdos aceleraron la posibilidad de muchos de ellos. A propósito, recordando al historiador británico Eric Hobsbwan, nuestro siglo XXI quizás sea de los “largo” pues se inició en la última década del XX en que terminó “una época de la historia del mundo” y que en El Salvador tuvo lugar el final del último conflicto de la “guerra fría” y el primer proceso de paz en una nueva fase de la globalización.
La guerra y la paz han sido manifestaciones irrebatibles que nuestra sociedad, nuestra economía, nuestra institucio­nalidad política, nuestro Estado, nuestra vida social y nuestra cultura requieren de cambios consistentes, profundos, apoyados por todos, para abrir y fortalecer la vida pública y sus institucio­nes; es decir para construir una república fraterna, equitativa, democrática, incluyente y generosa. Es el llamado de atención que requerimos bases éticas para erradicar la violencia, garan­tizar la justicia y hacer vigentes, exigibles, los derechos sociales.
¿Cuánto hemos avanzado en la acción creadora de esta nueva república que, al menos desde hace dos décadas de paz, inició su refundación? ¿Qué debemos reformular, qué debemos acelerar, qué nuevos elementos debemos incluir? ¿Cómo debe­mos discutir estos aspectos? A continuación se hace un breve recuento de las acciones que llevaron a realizar los Acuerdos de Paz en El Salvador y a iniciar nuevas rutas de búsqueda de cómo refundar la república que todavía se debate entre lo posible y lo deseado.

Situación socioeconómica y política previa a la guerra en El Salvador

Previo a la guerra civil de la década de 1980, la sociedad y el estado salvadoreño habían adquirido, desde inicios del siglo XX, características excluyentes, autoritarias y represivas. Los derechos humanos, los proyectos sociales y la democracia no tenían existencia real y siempre fueron reivindicaciones presen­tes en todas las protestas populares. Cambiar las instituciones, las relaciones entre los grupos sociales que habían permitido esta injusta estructuración social, es decir cambiar cómo se había configurado y mantenía sin alteración la república (“la cosa pública”), el estado, las formas de gobierno y manejo de la economía, de las leyes, de cómo se seleccionan y cambian autoridades y funcionarios públicos, de cómo participan los ciudadanos, de cómo se reconocen sus derechos, durante ese medio siglo era la exigencia y la fuerza para establecer mejores normas de convivencia, más equitativas, incluyentes, participa­tivas y democráticas. Después de agotar el uso de las difíciles vías electorales de entonces, incluso del uso del golpe de estado, el de 1979, de las de movilizaciones pacíficas de masas, presio­nes sindicales y gremiales, la guerra civil se desata en forma inevitable y dura doce largos años (1980-1992).



Hacia los Acuerdos de Paz
Con la guerra de la década de 1980, las iniciativas de paz, nacionales e internacionales, tuvieron diferencias de pocos años en su surgimiento; en realidad el FMLN abrió la vía del diálogo desde 1981. Solo cuatro años después de iniciada la guerra, el gobierno demócrata cristiano aceptó iniciar reuniones para la pacificación del país, abriendo una primera fase de negociación en la cual no hubo resultados firmes de negociación.
Fase de inicio de diálogo: 1984 – 1989
Esta fase tuvo una duración de 5 años, aunque sin pro­ductos concretos. Hubo gran cantidad de reuniones públicas y privadas entre el gobierno y la guerrilla en las que se intercam­biaron diversas propuestas que no lograron llevar a una real negociación. En este período, también surgió una movilización social (gremial/sindical), cercana al partido oficial demócrata-cristiano, para apoyar la negociación de la paz.

A nivel internacional, aparece el Grupo Contadora (1983), formado por México, Panamá, Colombia y Venezuela, que impulsaron salidas negociadas para Nicaragua y El Salvador. Dos años después, Brasil, Perú, Argentina y Uruguay forman el “Grupo de Apoyo” a Contadora. Además de mucha actividad internacional, hubo amplios estudios para preparar propues­tas que se llevaron a numerosas reuniones entre los gobiernos centroamericanos y los grupos alzados en armas, aunque sin resultados efectivos. Costa Rica propone el acuerdo Esquipulas II (1987), conteniendo estrategias para eliminar obstáculos a la negociación de los países con conflictos, que logra el apoyo de todos los presidentes centroamericanos.
Fase negociadora: 1990-1992
La segunda fase es prácticamente el fin del conflicto a partir de la aceptación de las partes de la intervención de la Or­ganización de las Naciones Unidas (ONU) en las negociaciones a las cuales se presentaron propuestas muy concretas que, una vez acordadas, contaron con el seguimiento y verificación de las Naciones Unidas.
El primer paso, dado el 15 de septiembre de 1989, con­sistió en el anuncio, en forma conjunta, del gobierno (ARENA estaba conduciéndolo ya en este momento) y del FMLN, del inicio del proceso de diálogo para terminar con la guerra, para lo cual se había invitado al Secretario General de la ONU. Entre diciembre de 1989 y enero de 1990, ambos actores en forma individual hicieron la invitación a Javier Pérez de Cuellar, Se­cretario General de la ONU. Esta organización nombró como delegado representante del Secretario General en el proceso de negociación a Álvaro de Soto.
En el año 90, la negociación avanzó en la definición de sus objetivos, la agenda de acuerdos previos a la finalización del conflicto y de la firma de la paz, y la discusión sobre derechos humanos. Como había sucedido en la primera fase de discusio­nes con el gobierno de Duarte, el tema de la Fuerza Armada fue un impasse prolongado.

Es indudable, la política fue el espacio que se privilegió en las discusiones de los Acuerdos de Paz, aunque otros temas, como los socioeconómicos y legales estuvieron presentes. La Agenda de la paz fue definida desde la perspectiva de una re­forma política que posteriormente permitiera la reformulación en otros campos de acción. Otra característica que signó a los acuerdos es la fuerte presencia de la comunidad internacional, anticipando lo que sería la globalización en la resolución de los actuales problemas.

Es importante enfatizar que las bases de la refundación de la república a partir de los Acuerdos están ligadas a procesos y resultados a la institucionalización política en el ámbito de la democratización y que fueron integradas a la Constitución. En forma muy resumida los logros fueron:

1. Exitoso e irreversible proceso de separación de fuerzas enfrentadas y cese al fuego, sin mayores contratiempos ni rupturas.

2. Desmilitarización del Estado y de las instancias políticas que significaron un cambio institucional de la Fuerza Armada: subordinación del poder militar a las au­toridades civiles constitucionalmente elegidas y salida de los militares del sistema político y de la conducción política del Estado. Otros aspectos importantes fueron:
• La reforma doctrinaria y del sistema educativo de la Fuerza Armada;
• La reducción en el número de efectivos y presupuesto militar;
• La reorganización de los servicios de inteligencia del Estado y reforma del servicio militar;
• La separación de la función e institucionalidad respon­sable de la defensa nacional y de la seguridad pública;
• La disolución de los anteriores cuerpos de seguridad y la creación de una nueva Policía Nacional Civil y una institución formativa de la misma, la Academia Nacional de Seguridad Pública (ANSP).

3. La nueva institucionalidad para la democracia electoral como único medio legítimo de acceso al poder del Estado.
• La creación del nuevo Tribunal Supremo Electoral y el nuevo Código Electoral con nuevas reglas básicas que permitieran elecciones libres, limpias y competitivas.
• Reconversión de la guerrilla como partido político que amplió el espacio de la competencia política.

4. La creación de condiciones para la vigencia del Estado de Derecho:
• Creación de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos,
• Mejoría en el respeto a los derechos humanos en general, y a los derechos civiles y políticos en particular;
• Así como múltiples medidas orientadas al fortaleci­miento de la autonomía de los órganos del Estado y la profundización de la reforma judicial.
• Creación de una institución protectora del consumidor (hoy Defensoría del Consumidor)

5. Reformas y la creación de nuevas instituciones, que han configurado el nuevo sistema político de posguerra: medidas legislativas para garantizar a los excombatientes del FMLN el pleno ejercicio de sus derechos civiles y polí­ticos, y programas de reincorporación, dentro de un marco de plena legalidad, a la vida civil, política e institucional del país.

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