Gobernantes de El Salvador

viernes, 15 de marzo de 2013

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Déficit de los Acuerdos de Paz

jueves, 14 de marzo de 2013


Es importante señalar que a veinte años de los Acuerdos de Paz, la percepción ciudadana señala, al menos, 5 desafíos principales que debe enfrentar el país para continuar el proceso efectivo de refundación de la república:

1.   En el es­pacio de la reforma política y la demo­cracia

 Los partidos políticos no han realizado transformación interna en sus estructuras legales, formas de operar y gestión política de las mayores cuotas de poder y funciones asignadas, teniendo como resultado: o UNA CRISIS DE REPRESENTACIÓN: o Desvinculación con ciudadanía y niveles bajos de democracia interna o Formas de acción arbitrarias y mayor poder de los dirigentes • Tribunal Supremo Electoral limitado por integración partidaria a actuar con equidad y objetividad institucional. TAREAS INMEDIATAS: • Avanzar en la reforma política democrática; La despartidización del TSE; • Separación de la función administrativa y jurisdiccional en el organismo electoral; • Reorganizar las circunscripciones electorales para mejorar sistema de representación; • Introducción de la pluralidad en los gobiernos locales; • Voto residencial y voto en el exterior; • Discusión sobre nuevas figuras participativas como el referéndum y el plebiscito • Promulgar una LEY DE PARTIDOS que regule formas de operar internas y externas, cuotas representativas de género en sus cargos, financiamiento estatal y privado.

2.   Funcio­namiento de la Re­pública y de los sis­temas de partidos

Recrudecimiento en la polarización y confrontación política entre los dos principales partidos • reduce la capacidad de diálogo y entendimiento entre los dos partidos mayoritarios y administrar sus diferencias y construir acuerdos • limitado la capacidad de construir acuerdos entre los distintos partidos, y entre éstos y el Órgano Ejecutivo y Legislativo • proceso de aprobación de leyes en el Órgano Legislativo con poca discusión y sin la apertura para escuchar a distintos sectores de la sociedad • Las limitaciones propias de los mecanismos y espacios existentes, que no permiten el involucramiento de la ciudadanía o de organizaciones de la sociedad civil en la discusión de las políticas públicas



3.   El abordaje de la temá­tica econó­mica-social

Para profundizar el proceso democrático, es preciso abordar la tensión existente en el posconflicto entre una lógica de inclusión política, acompañada de una lógica de exclusión socio-económica • Esta valoración coexiste con importantes niveles de insatisfacción acerca del funcionamiento de la democracia • Se alcanzó la paz y se ha avanzado en el proceso de construcción de la democracia en el país, pero esto no se ha traducido en mejorías en la situación económica para algunos sectores de la población, o al menos no en relación con las expectativas que habrían tenido • Una reconcentración del poder económico, es decir un proceso de restricción de los espacios de participación de la riqueza económica • Es necesario que la nueva institucionalidad aborde esta temática y procese las distintas demandas sociales y económicas de la población, así como la necesidad de impulsar mecanismos de concertación en el área económico-social

4.   Reducir la inseguridad, la de­lincuencia y la violencia

En el período del posconflicto comienza a desarrollarse una preocupación ciudadana por la delincuencia y la inseguridad • Se ha privilegiado un enfoque represivo, en detrimento de los aspectos preventivos y de readaptación • Tensión entre la exigencia de mejorar la seguridad y la necesidad de garantizar los derechos de los ciudadanos • Una mejor coordinación y una labor integrada entre los distintos operadores del sistema de seguridad y justicia, así como el fortalecimiento de la investigación científica del delit


5.   Fortale­miento del sistema ju­dicial

Un fortalecimiento del Órgano Judicial y de las instituciones que conforman el Ministerio Público

Promover reformas a la organización y funciona­miento del Órgano Judicial
• Como abordar el tema de la relación entre la CSJ y el CNJ

Conclusión
Los déficits tienen diferentes procedencias, por un lado del carácter incompleto de los Acuerdos de Paz, al no considerar los aspectos socio-económicos y los del ámbito legal que hacen difícil una visión y una acción más integrada y de conjunto. No obstante, los acuerdos en el campo político permiten visualizar nuevas rutas para la refundación de una república más efectiva. El otro origen proviene de la forma en que fue constituyéndose la institucionalidad para consolidar y dar continuidad a los acuerdos en los que pueden notarse limitaciones de carácter conceptual y de implementación o de poca profundidad para prever las complejidades de la acción social y política. Por otra parte, la cultura política anterior deja sentir sus recursos inerciales que en forma imperceptible también impone su relativa continuidad.

Así, La refundación de la república de El Salvador es un proceso abierto con veinte años de haberse iniciado; tiene avances muy significativos en la desmilitarización del Estado y la preeminencia del poder civil, incluso se hace necesario reflexionar como evitar que en los sistemas civiles se realicen prácticas que excluyan la representación ciudadana y se pro­picie el elitismo no-democrático. La refundación tiene aún un largo camino pero hay avances consistentes que prometen, si hay participación ciudadana un mejor futuro para la sociedad salvadoreña.


El desenvolvimiento de la guerra civil

miércoles, 13 de marzo de 2013


        

        La mayoría de estudiosos de la guerra civil establecen su inicio en 1981. Sin embargo, hay que hacer notar que desde principio de los años setenta surgieron varias organizaciones armadas revolucionarias, tales como las Fuerzas Populares de Liberación (FPL, en 1971), el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP, en 1972) y a mediados de la década las Fuerzas Armadas de Resistencia Nacional (FARN, en 1975) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC en 1976) que ejecutaron acciones militares en contra de los cuerpos de seguridad, secuestros de prominentes empresarios y políticos y asaltos a bancos. Los fraudes electorales de 1972 y 1977 convencieron a estos grupos que no era posible llegar al poder por la vía electoral, ya que los militares no estaban dispuestos a entregar el gobierno a la oposición.
Ante el crecimiento de la protesta social y las acciones armadas de las organizaciones revolucionarias, el 15 de octubre de 1979 un grupo de oficiales llevó a cabo un golpe de Estado contra el presidente Gral. Carlos Humberto Romero (1977- 1979) con el propósito de detener el proceso revolucionario. Los militares golpistas se comprometieron a ponerle paro a las violaciones a los derechos humanos y a la violencia política; también anunciaron la implementación de una reforma agraria, la nacionalización de la banca y el comercio exterior con el pro­pósito de redistribuir de manera equitativa la riqueza del país. A los pocos días del golpe se conformó una junta revolucionaria de gobierno integrada por dos militares y tres civiles, pero esta no fue capaz de controlar el espiral de violencia. En enero de 1980 la junta se desintegró al renunciar los miembros civiles. Una nueva junta se conformó esta vez producto de un pacto entre el Partido Demócrata Cristiano, hasta ese momento el principal partido de oposición y la FAES.
En octubre de 1980, las organizaciones políticos milita­res que actuaban cada uno por su cuenta decidieron constituirse en una sola organización el FMLN, estaría conformado por el ERP, las FPL, la FARN, el Partido Revolucionario de los Tra­bajadores Centroamericanos (PRTC) y las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) el brazo armado del Partido Comunista Salvadoreño que por años se había negado a participar en la lucha armada.


El 10 de enero de 1981 el recién fundado FMLN llevó a cabo una ofensiva militar denominada “Ofensiva Final” con la que pretendía insurreccionar a las masas, atacar los cuarteles y principales ciudades y la sublevación de los militares que apo­yaban un cambio político. La ofensiva duró aproximadamente diez días y aunque no logró el objetivo de insurreccionar a la población y tomar el poder por la vía armada, sí dejó claro que el FMLN era una fuerza político militar. En septiembre, fue re­conocido como fuerza beligerante por parte de México y Francia. El gobierno y la FAES se propusieron eliminar a la insurgencia, lo que dio lugar a una guerra a gran escala. La Fuerza Armada desarticuló las redes de apoyo urbano del FMLN por lo que este se replegó a las áreas rurales. Lanzó grandes operativos para aniquilar a la guerrilla; pero a pesar de la ventaja cuantitativa y logística de la FAES, por ejemplo el uso de helicópteros que le daban mayor movilidad a las tropas y los batallones de in­fantería de reacción inmediata entrenados en Estados Unidos, le fue imposible derrotar militarmente al FMLN. A mediados de 1981, El Salvador estaba en plena guerra, el FMLN había logrado controlar ciertas regiones del país especialmente en el oriente, el norte y la zona paracentral. Aunque después de la llamada “ofensiva final” había quedado en situación defensiva, poco a poco recuperó su capacidad de ofensiva más permanente.
La estrategia gubernamental y de los Estados Unidos consistía en impulsar los procesos electorales para restarle legi­timidad al FMLN. El 27 de marzo de 1982 se eligió una Asamblea Constituyente para que preparara una nueva constitución. El FMLN rechazó las elecciones por considerar que la maquinaria electoral estaba en manos de aquellas fuerzas que habían sido culpables de los fraudes electorales, por lo que incrementó sus acciones armadas a través de ataques militares a diferentes cuarteles, posiciones de avanzada de la FAES, sabotaje a la infraestructura económica, ocupaciones de poblados, etc. La derecha resultó ser la gran ganadora de la elección por lo que tomó el control de la Asamblea Constituyente. Eligió presidente provisional a Álvaro Magaña, un banquero con fuertes lazos con los militares. La Asamblea Constituyente frenó las reformas agraria y bancaria que había impulsado la Junta Revolucionaria de Gobierno instalada después del golpe de Estado de 1979.

A la altura de 1984 la guerra se había prolongado por cuatro años, pero no se visualizaba en el horizonte inmediato la posibilidad de triunfo militar para alguna de las partes en con­flicto. En las elecciones presidenciales de ese año se enfrentaron los candidatos de los dos partidos políticos más importantes, el Ing. José Napoleón Duarte del PDC y el mayor Roberto D´aubuisson de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) un partido de derecha fundado en 1981. Duarte apoyado por los Estados Unidos resultó vencedor en segunda ronda con un 53.6 % de los votos válidos. El nuevo Presidente convocó a un diálogo con la dirigencia del FMLN. Sin embargo, a pesar de producirse varios encuentros entre representantes del gobierno y dirigentes de los alzados en armas no se logró un acuerdo ne­gociado al conflicto. La presidencia de Duarte finalizó en marzo de 1989 sin conseguir la finalización del conflicto.

Diálogo-negociación para finalizar la guerra civil

En junio de 1989 asumió la presidencia el candidato del partido ARENA, Alfredo Cristiani quien hizo un llamado al diá­logo con el FMLN. En septiembre es suscrito un acuerdo entre representantes del gobierno y el FMLN en el que se comprome­ten a reanudar el diálogo suspendido en 1987. Sin embargo el 3 de noviembre el FMLN suspende su participación en el diálogo iniciado en México. Días después lanza una ofensiva militar denominada “Al tope y punto” que alcanzó a las principales ciudades del país y puso en jaque al ejército. Aunque el llamado a la insurrección que hizo el FMLN no tuvo éxito quedó claro que no había posibilidades de una victoria militar de alguno de los bandos en pugna. En el marco de la ofensiva militar fueron asesinados seis sacerdotes jesuitas de la Universidad Centroame­ricana. Este hecho conmocionó a la opinión pública y terminó de desacreditar al ejército. Lo que se tradujo en una presión para que el gobierno asumiera la negociación seriamente.



En abril de 1990 se reiniciaron las pláticas de paz, con intermediación de la Organización de la Naciones Unidas (ONU). En diciembre de ese año el FMLN lleva a cabo otra ofensiva militar en la que se derribaron los primeros aviones con misiles tierra-aire. El año 1991, las acciones armadas dis­minuyeron mientras la negociación avanzaba favorablemente. El 27 de abril se firmó el acuerdo de ciudad de México donde se dieron por finalizadas las negociaciones en lo que respectaba a tenencia de tierras y se incluyeron reformas constitucionales de orden judicial, militar, electoral y de derechos humanos. A finales de diciembre se estableció la fecha para la firma de los Acuerdos de Paz. El 16 de enero de 1992 se firmó en el castillo de Chapultepec (México) el texto completo de los Acuerdos, con lo que se ponía fin a la guerra que consumió las energías salvadoreñas a lo largo de la década de los ochenta.

Los Acuerdos de Paz: ¿refundación de la República?

Sobre la refundación de la República

Los Acuerdos de Paz firmados en enero de 1992 fueron un pacto entre el Gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN. El documento com­prometió al Estado a realizar cambios institucionales estraté­gicos que serían una alternativa al ordenamiento político que, aunque ya agotado, habían provocado este conflicto armado. Veinte años más tarde, ¿puede determinarse si los pactos sen­taron las bases para la refundación de la república salvadoreña?
Transcurridos 11 años de la firma de estos Acuerdos, el Secretario General de las Naciones Unidas anunció el 20 de diciembre de 2002 que la función de verificación de este organismo en El Salvador había llegado a su fin. Planteó que los 4 objetivos principales pactados por el gobierno y el FMLN –“el fin de la guerra, el pleno respeto a los derechos humanos, la democratización y la reconciliación– se habían logrado o estaban bien encaminados”. “El Salvador de 2002 es un país transformado”, decía al afirmar que el FMLN se había integrado en forma completa a la institucionalidad política nacional, que las Fuerzas Armadas se habían reformado y retirado de la vida política y que la impunidad ya no era la norma de las institu­ciones del estado.

Pero también reconocía que El Salvador se integraba a la vida nacional, regional y hemisférica, “con instituciones aún frágiles, una cultura política endeble y amplias desigualdades socio-económicas”, tal como sostuvo el Informe sobre Desarro­llo Humano de 2005. La polarización, la dificultad para alcanzar nuevos acuerdos políticos y la reducida participación ciudadana en la vida política y en los partidos, eran otros aspectos defici­tarios del proceso en ese momento.

En la actualidad, el cumplimiento del vigésimo aniversa­rio de los Acuerdos de Paz se dará en un entorno de opiniones encontradas. Para unos, no merecería ser celebrado porque sus logros se estancaron o retrocedieron sin variar las condiciones socioeconómicas que generaron el conflicto armado; para otros debe ser festejado por todos porque su éxito e impacto ha sido casi total y de carácter integral en la actual institucionalidad de la sociedad y del orden político. Entre estos extremos muchas opiniones son muy amigables con los acuerdos y los evalúan con magnanimidad, acercándose a cualquiera de los polos depen­diendo del aspecto que analizan. Todos, no obstante, reconocen la significación histórica del evento.
En efecto, la evaluación de la refundación es una tarea aún muy difícil ya que es un período vital en el que muchos actores –los analistas, historiadores e intérpretes incluso– to­davía están siendo afectados, influenciados, por consecuencias de las decisiones de ese momento o por las formas en que se implementaron e implementan las mismas. Desde la perspec­tiva de la formación de las nuevas instituciones y estructuras, también es atinente preguntarse si veinte años son suficientes para captar si las instituciones que se querían eliminar han sido sustituidas en realidad, si la nuevas son irreversibles, si se consolidan –y cuáles han sido sus formas de consolidación–, o si solo han logrado “cambiar para no cambiar”. Hay mucho que discutir, pero algo es real, nuestra rea­lidad actual fue moldeada –en gran manera– por los aconte­cimientos que se desataron o amarraron a inicios de la última década del siglo XX, con los Acuerdos de Paz. La sociedad salvadoreña había llegado a un momento conflictivo de cam­bios, empantanados en un trágico equilibrio de las armas, y los Acuerdos aceleraron la posibilidad de muchos de ellos. A propósito, recordando al historiador británico Eric Hobsbwan, nuestro siglo XXI quizás sea de los “largo” pues se inició en la última década del XX en que terminó “una época de la historia del mundo” y que en El Salvador tuvo lugar el final del último conflicto de la “guerra fría” y el primer proceso de paz en una nueva fase de la globalización.
La guerra y la paz han sido manifestaciones irrebatibles que nuestra sociedad, nuestra economía, nuestra institucio­nalidad política, nuestro Estado, nuestra vida social y nuestra cultura requieren de cambios consistentes, profundos, apoyados por todos, para abrir y fortalecer la vida pública y sus institucio­nes; es decir para construir una república fraterna, equitativa, democrática, incluyente y generosa. Es el llamado de atención que requerimos bases éticas para erradicar la violencia, garan­tizar la justicia y hacer vigentes, exigibles, los derechos sociales.
¿Cuánto hemos avanzado en la acción creadora de esta nueva república que, al menos desde hace dos décadas de paz, inició su refundación? ¿Qué debemos reformular, qué debemos acelerar, qué nuevos elementos debemos incluir? ¿Cómo debe­mos discutir estos aspectos? A continuación se hace un breve recuento de las acciones que llevaron a realizar los Acuerdos de Paz en El Salvador y a iniciar nuevas rutas de búsqueda de cómo refundar la república que todavía se debate entre lo posible y lo deseado.

Situación socioeconómica y política previa a la guerra en El Salvador

Previo a la guerra civil de la década de 1980, la sociedad y el estado salvadoreño habían adquirido, desde inicios del siglo XX, características excluyentes, autoritarias y represivas. Los derechos humanos, los proyectos sociales y la democracia no tenían existencia real y siempre fueron reivindicaciones presen­tes en todas las protestas populares. Cambiar las instituciones, las relaciones entre los grupos sociales que habían permitido esta injusta estructuración social, es decir cambiar cómo se había configurado y mantenía sin alteración la república (“la cosa pública”), el estado, las formas de gobierno y manejo de la economía, de las leyes, de cómo se seleccionan y cambian autoridades y funcionarios públicos, de cómo participan los ciudadanos, de cómo se reconocen sus derechos, durante ese medio siglo era la exigencia y la fuerza para establecer mejores normas de convivencia, más equitativas, incluyentes, participa­tivas y democráticas. Después de agotar el uso de las difíciles vías electorales de entonces, incluso del uso del golpe de estado, el de 1979, de las de movilizaciones pacíficas de masas, presio­nes sindicales y gremiales, la guerra civil se desata en forma inevitable y dura doce largos años (1980-1992).



Hacia los Acuerdos de Paz
Con la guerra de la década de 1980, las iniciativas de paz, nacionales e internacionales, tuvieron diferencias de pocos años en su surgimiento; en realidad el FMLN abrió la vía del diálogo desde 1981. Solo cuatro años después de iniciada la guerra, el gobierno demócrata cristiano aceptó iniciar reuniones para la pacificación del país, abriendo una primera fase de negociación en la cual no hubo resultados firmes de negociación.
Fase de inicio de diálogo: 1984 – 1989
Esta fase tuvo una duración de 5 años, aunque sin pro­ductos concretos. Hubo gran cantidad de reuniones públicas y privadas entre el gobierno y la guerrilla en las que se intercam­biaron diversas propuestas que no lograron llevar a una real negociación. En este período, también surgió una movilización social (gremial/sindical), cercana al partido oficial demócrata-cristiano, para apoyar la negociación de la paz.

A nivel internacional, aparece el Grupo Contadora (1983), formado por México, Panamá, Colombia y Venezuela, que impulsaron salidas negociadas para Nicaragua y El Salvador. Dos años después, Brasil, Perú, Argentina y Uruguay forman el “Grupo de Apoyo” a Contadora. Además de mucha actividad internacional, hubo amplios estudios para preparar propues­tas que se llevaron a numerosas reuniones entre los gobiernos centroamericanos y los grupos alzados en armas, aunque sin resultados efectivos. Costa Rica propone el acuerdo Esquipulas II (1987), conteniendo estrategias para eliminar obstáculos a la negociación de los países con conflictos, que logra el apoyo de todos los presidentes centroamericanos.
Fase negociadora: 1990-1992
La segunda fase es prácticamente el fin del conflicto a partir de la aceptación de las partes de la intervención de la Or­ganización de las Naciones Unidas (ONU) en las negociaciones a las cuales se presentaron propuestas muy concretas que, una vez acordadas, contaron con el seguimiento y verificación de las Naciones Unidas.
El primer paso, dado el 15 de septiembre de 1989, con­sistió en el anuncio, en forma conjunta, del gobierno (ARENA estaba conduciéndolo ya en este momento) y del FMLN, del inicio del proceso de diálogo para terminar con la guerra, para lo cual se había invitado al Secretario General de la ONU. Entre diciembre de 1989 y enero de 1990, ambos actores en forma individual hicieron la invitación a Javier Pérez de Cuellar, Se­cretario General de la ONU. Esta organización nombró como delegado representante del Secretario General en el proceso de negociación a Álvaro de Soto.
En el año 90, la negociación avanzó en la definición de sus objetivos, la agenda de acuerdos previos a la finalización del conflicto y de la firma de la paz, y la discusión sobre derechos humanos. Como había sucedido en la primera fase de discusio­nes con el gobierno de Duarte, el tema de la Fuerza Armada fue un impasse prolongado.

Es indudable, la política fue el espacio que se privilegió en las discusiones de los Acuerdos de Paz, aunque otros temas, como los socioeconómicos y legales estuvieron presentes. La Agenda de la paz fue definida desde la perspectiva de una re­forma política que posteriormente permitiera la reformulación en otros campos de acción. Otra característica que signó a los acuerdos es la fuerte presencia de la comunidad internacional, anticipando lo que sería la globalización en la resolución de los actuales problemas.

Es importante enfatizar que las bases de la refundación de la república a partir de los Acuerdos están ligadas a procesos y resultados a la institucionalización política en el ámbito de la democratización y que fueron integradas a la Constitución. En forma muy resumida los logros fueron:

1. Exitoso e irreversible proceso de separación de fuerzas enfrentadas y cese al fuego, sin mayores contratiempos ni rupturas.

2. Desmilitarización del Estado y de las instancias políticas que significaron un cambio institucional de la Fuerza Armada: subordinación del poder militar a las au­toridades civiles constitucionalmente elegidas y salida de los militares del sistema político y de la conducción política del Estado. Otros aspectos importantes fueron:
• La reforma doctrinaria y del sistema educativo de la Fuerza Armada;
• La reducción en el número de efectivos y presupuesto militar;
• La reorganización de los servicios de inteligencia del Estado y reforma del servicio militar;
• La separación de la función e institucionalidad respon­sable de la defensa nacional y de la seguridad pública;
• La disolución de los anteriores cuerpos de seguridad y la creación de una nueva Policía Nacional Civil y una institución formativa de la misma, la Academia Nacional de Seguridad Pública (ANSP).

3. La nueva institucionalidad para la democracia electoral como único medio legítimo de acceso al poder del Estado.
• La creación del nuevo Tribunal Supremo Electoral y el nuevo Código Electoral con nuevas reglas básicas que permitieran elecciones libres, limpias y competitivas.
• Reconversión de la guerrilla como partido político que amplió el espacio de la competencia política.

4. La creación de condiciones para la vigencia del Estado de Derecho:
• Creación de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos,
• Mejoría en el respeto a los derechos humanos en general, y a los derechos civiles y políticos en particular;
• Así como múltiples medidas orientadas al fortaleci­miento de la autonomía de los órganos del Estado y la profundización de la reforma judicial.
• Creación de una institución protectora del consumidor (hoy Defensoría del Consumidor)

5. Reformas y la creación de nuevas instituciones, que han configurado el nuevo sistema político de posguerra: medidas legislativas para garantizar a los excombatientes del FMLN el pleno ejercicio de sus derechos civiles y polí­ticos, y programas de reincorporación, dentro de un marco de plena legalidad, a la vida civil, política e institucional del país.

La guerra con Honduras: ¿nacionalismo o falta de visión? (1969)


           

     Tal y como el historiador americano Thomas P. Anderson constató en 1981, la causalidad de la Guerra de las Cien Horas es “multifacética como un diamante”. No existen explicaciones sobre el origen del conflicto que puedan ser sustentadas en una causa única. A lo largo del tiempo se ha otorgado diferentes pesos espe­cíficos a un conjunto de factores que casi todos los estudiosos de ese acontecimiento consideran que deben ser tomados en cuenta a la hora de establecer las causas de la “Guerra de la Desintegra­ción” como la ha llamado el sociólogo francés Alain Rouquié, haciendo alusión a la crisis de la integración centroamericana llevada a su extremo por la contienda armada. Esos factores van desde las desigualdades del Mercado Común Centroamericano (MCCA), hasta la corriente migratoria salvadoreña hacia la vecina Honduras, pasando por una supuesta conspiración entre ambas oligarquías para desviar la atención popular de los problemas internos, explicación favorita de la izquierda radical quien, de paso, coloca al “imperialismo” en el banquillo de los acusados culpándolo de mover los hilos del drama tras bambalinas sin preocuparse en mostrar evidencia que sustente tal afirmación. La cuestión fronteriza no puede ser considerada como un factor causal directo de la crisis aunque ciertamente fue un factor que contribuyó a crear tensiones militares que generaron sentimien­tos que favorecieron un desenlace violento del conflicto.
Anderson considera que la base para explicar el origen del conflicto debe buscarse en la relación entre el hombre y la tierra dentro de los dos estados contendientes. Ciertamente fueron procesos asociados a esa relación la que motivó a los grandes latifundistas ganaderos a presionar al gobierno hondu­reño para expulsar masivamente a los campesinos precaristas salvadoreños de las tierras nacionales que ocupaban y que eran objeto de violenta disputa entre campesinos y terratenientes. También fue el problema de la relación del hombre con la tierra la que explica el profundo temor de poderosos grupos de la elite económica salvadoreña, que leían la realidad a través de ideas y valores arraigados en la cultura política de sociedades agra­rias, ante la perspectiva del retorno de centenares de miles de campesinos desposeídos. Fue precisamente esa facción agraria, contrapuesta a los grupos de industriales y comerciantes que se beneficiaban del MCCA, la que ejerció la influencia decisiva sobre una cúpula militar gobernante que compartía sus mismos temores, para resolver el conflicto con Honduras de manera violenta. Es necesario hacer énfasis en que el principal factor en la generación de la crisis que condujo al rompimiento de las hostilidades militares entre los dos países fue la desconcertante agresividad de la campaña antisalvadoreña que acompañó a la ejecución de la reforma agraria hondureña.
La campaña de limpieza antisalvadoreña produjo, desde principios del mes de junio hasta el momento del ataque sal­vadoreño, más de 20,000 salvadoreños retornados a su país de origen después de haber sido obligados a abandonar bienes y hogares en el vecino país. Los esfuerzos de la comunidad hemisférica, incluyendo al gobierno de los Estados Unidos de América, para, en un primer momento, prevenir la guerra y, posteriormente, para interrumpir las operaciones militares ha­bían sido concebidos básicamente para enfriar y para desescalar el conflicto, haciendo prácticamente a un lado las cuestiones directamente relacionadas con la suerte de las decenas de miles de salvadoreños despojados y coaccionados a abandonar sus hogares en Honduras. La difusión de los testimonios de las víctimas de la violenta campaña antisalvadoreña en Honduras levantó una gigantesca ola nacionalista de indignación popular y generó un movimiento masivo de solidaridad con los compatrio­tas retornados. Los numerosos pronunciamientos sectoriales de condena al gobierno y a las fuerzas armadas de Honduras publicados en los medios de prensa proporcionaron la medida de una agitada opinión pública que presionó al gobierno y a los militares salvadoreños para responder enérgicamente al desafío hondureño. La movilización ciudadana estimulada por un discurso oficial nacionalista careció de autonomía y se auto disolvió paulatinamente después de la ruptura de la unidad nacional por el partido demócrata cristiano antes de finalizar el año 1969.
Algunos enfoques tienden a personalizar las estructuras sociales hasta casi considerar a los seres humanos como simples instrumentos de la fatalidad económica. La Guerra de las Cien Horas ha sido atribuida a un conjunto de factores impersonales como las contradicciones del proceso de integración económica regional, la política imperialista del gobierno americano y la lucha de clases en los dos países, ignorando el juego de las vo­luntades y las pasiones humanas en la definición de coyunturas críticas. Tucídides, el historiador de la Guerra del Peloponeso, consideró hace muchísimo tiempo que los pueblos organizados en estados tendían a competir violentamente por el poder e iban a la guerra por razones de “honor, temor e interés”. Los tres motivos de Tucídides para entender las causas de las guerras pueden ser identificados detrás de la decisión salvadoreña de invadir con fuerzas militares a Honduras. Aparentemente el grupo que favoreció la guerra temía las consecuencias políticas de un retorno masivo de campesinos salvadoreños sin tierra, tenía interés en el mantenimiento de un statu quo que aseguraba el acceso a una frontera agrícola en territorio hondureño para los “excedentes” nacionales de población campesina y consi­deraba que la guerra era la única vía honorable para castigar al culpable de la crisis. En el conflicto honduro-salvadoreño las consideraciones de utilidad y conveniencia económica fueron subordinadas a consideraciones sobre el honor nacional que adquirieron una importancia desproporcionada y decisiva. Los miembros del gabinete del presidente Sánchez Hernández que intentaron favorecer una solución no violenta a la crisis con Hon­duras, principalmente los ministros de Economía y de Relaciones Exteriores, fracasaron en su propósito. El honor significaba, en ese particular contexto histórico, prestigio institucional, status y orgullo nacional. La salvaguarda del honor nacional también estaba directamente vinculada a la cuestión de la conservación del poder, pues los militares salvadoreños temían el irreparable daño a su legitimidad como defensores de la nación y a su control del sistema político, que supondría una salida deshonrosa a la crisis. Ninguno de los dos gobiernos podía dar marcha atrás sin correr el riesgo de perder todo su prestigio ante la opinión pública de sus respectivas sociedades. Algunos estudiosos del conflicto sostienen que a finales del mes de junio de 1969, ambos gobiernos habían perdido parcialmente el control de los acontecimientos alcanzando un punto de no retorno en el desarrollo de la crisis.
Una de las consecuencias inmediatas del conflicto fue la desvalorización de las ideas unionistas que habían inspirado las políticas integracionistas de las dos décadas previas. Al visualizar los acontecimientos de 1969 desde una perspectiva histórica, es incuestionable que la conciencia centroamericanista tenía nive­les muy desiguales de arraigo al interior de las poblaciones de ambos países y que encontraba el terreno más propicio para su desarrollo en las capas educadas de la población y en las esferas oficiales. La guerra demostró la fragilidad del ideal unionista, confinado a ciertos grupos de las elites intelectuales y políticas, constatando que las mayorías populares, particularmente las hondureñas, no solamente no compartían los sofisticados idea­les abstractos del unionismo centroamericanista sino que eran particularmente receptivas a los discursos nacionalistas más excluyentes y agresivos. La rapidez con la que las imágenes del vecino fueron demonizadas y deshumanizadas como resultado de la difusión de feroces discursos nacionalistas a través de los medios de comunicación de masas es uno de los aspectos del conflicto que despiertan mayor asombro, evidenciando la super­ficialidad de la implantación del ideal unionista centroamericano en la conciencia popular.
El conflicto solucionó temporalmente la conflictividad prevaleciente en los sistemas políticos de los estados belige­rantes. En el caso salvadoreño sería más apropiado afirmar que la guerra contra Honduras solamente retardó un poco más las manifestaciones más graves de dicha conflictividad. La Guerra de las Cien Horas no solamente volvió al país sobre sí mismo sino que hizo salir a la superficie los problemas más profundos de la sociedad salvadoreña, colocando en la agenda política gubernamental el tema tabú de la necesidad de una reforma agraria y aumentando las presiones por la democratización de un sistema político poco competitivo.
La guerra de 1969 fue la consecuencia de la incapacidad de los gobernantes hondureños y salvadoreños para resolver los problemas sociales y económicos más urgentes de sus respec­tivas sociedades. La extraordinaria rigidez del sistema político salvadoreño y su férreo control por una cúpula militar aliada a una elite económica que no quería oír hablar de reformas impidieron una respuesta más flexible y serena a la provoca­ción hondureña. En Honduras, el predominio político de una alianza entre el Partido Nacional, dominado por poderosos intereses agrarios, y los comandantes de las fuerzas armadas conducidos por un general-presidente particularmente ines­crupuloso, hizo posible la puesta en marcha de una reforma agraria discriminatoria y sin indemnizaciones acompañada de una violenta campaña antisalvadoreña con expulsiones masi­vas. El giro sorpresivo de las políticas migratoria y agraria del gobierno hondureño y el descontento anti-integracionista de una clase capitalista dramáticamente incapacitada para competir exitosamente con sus contrapartes regionales en un mercado protegido, se conjugaron para crear el escenario político que condujo a Honduras por el sendero de la confrontación violenta con su más importante socio comercial en la región.
La guerra contra Honduras marca el fin de una “Edad de Oro” caracterizada por el crecimiento económico, la moderniza­ción social y una democratización restringida, y el inicio de la década de gestación de la guerra civil. La inmediata posguerra presentó oportunidades de desactivar los más graves problemas sociales y políticos generadores de conflicto e inestabilidad política. La intransigencia de elites económicas radicalmente antirreformistas, la falta de vigor y de identidad propia del reformismo democrático salvadoreño, la ausencia histórica de tradiciones pactistas en el sistema de partidos políticos y la mutua desconfianza entre civiles y militares, fueron factores que contribuyeron a la pérdida de la oportunidad de corregir un curso de colisión de consecuencias impredecibles en aquel momento.

La guerra civil en El Salvador (1981-1992)

Entre los años 1981-1992, El Salvador vivió una etapa de su historia que no había experimentado nunca. Una guerra civil prolongada y sangrienta que dejó como resultado miles de muer­tos, el estancamiento del desarrollo económico, la destrucción de una buena parte de su infraestructura y la migración de miles de salvadoreños que abandonaron el país. El fin de la guerra llegó en enero de 1992 con la firma de los Acuerdos de Paz entre el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el gobierno salvadoreño, con lo que se refunda el Estado y se sientan las bases para un proceso de democratización. ¿Por qué ubicar el inicio de la guerra en 1981?, ¿quiénes fueron los actores principales en ese conflicto?, ¿por qué El Salvador se vio sometido a una guerra incruenta y fratricida?, y ¿cuál fue el desenvolvi­miento de la guerra? son algunas de las preguntas a las que se les intentará dar respuesta en este apartado. Hemos dividido el artículo en cuatro partes: en primer lugar, enumeramos las causas estructurales e inmediatas de la guerra; en segundo lugar, expli­camos el desenvolvimiento del conflicto militar; en tercer lugar, explicaremos el proceso de diálogo-negociación para finalizar la guerra y finalmente reseñaremos la firma de los Acuerdos de Paz entre el FMLN y el Gobierno de El Salvador.

Causas de la guerra civil

Una guerra civil es cualquier enfrentamiento bélico cuyos participantes no son en su mayoría fuerzas militares regulares, sino que están formadas u organizadas por personas generalmente de la población civil. En la guerra civil salvado­reña el enfrentamiento armado se llevó a cabo entre las fuer­zas guerrilleras del FMLN y la Fuerza Armada de El Salvador (FAES). El objetivo del FMLN era tomar el poder a través de la vía armada, sacar a los militares del control del gobierno e instaurar una sociedad de corte socialista; mientras la FAES tenía como objetivo conservar el estado de cosas existentes. Es decir, mantener el control del gobierno y proteger los intereses de los grupos económicamente más poderosos que por años se habían beneficiado económicamente a partir del control del aparato gubernamental.
Los análisis sobre lo sucedido entre 1981 y 1992 son diversos. Estos se pueden resumir en tres posiciones analíti­cas: la primera, sostenida por los gobiernos de la época, los intelectuales miembros de los grupos dominantes, los militares y el gobierno de los Estados Unidos; para ellos la guerra era resultado del éxito de hábiles agentes externos que pretendían imponer en El Salvador un gobierno comunista. Según esta postura los problemas en El Salvador no eran locales; sino cau­sados por Fidel Castro y la Unión Soviética quienes pretendían expandir el comunismo en Centroamérica. La segunda postura era sostenida por el FMLN, para quien la guerra era producto del descontento por la desigualdad social, la concentración de la riqueza en pocas manos y la dictadura militar que a lo largo del siglo XX había frustrado todo intento democratizador en el país. La tercera posición era concebida desde la academia, según los estudiosos, el conflicto militar era el resultado de la pérdida de legitimidad por quienes dirigían la sociedad salva­doreña, por su incapacidad para integrar políticamente a los sectores subordinados.
Las causas estructurales de la guerra pueden encontrarse por un lado, en la larga permanencia de un régimen político

autoritario, la falta de un gobierno civil resultado de elecciones competitivas libres, un sistema legislativo representativo, falta de independencia del poder judicial, total irrespeto a los dere­chos humanos, ausencia de una prensa independiente o de un organismo electoral autónomo. Por décadas lo que prevaleció fue el ejercicio del poder arbitrario, la intolerancia frente a la oposición política, el uso de la fuerza ante las demandas de de­mocracia, los golpes de Estado, la persecución a los opositores políticos. En fin, un régimen autoritario militar que ascendió al poder en 1931 producto del golpe de Estado contra el presi­dente Arturo Araujo. Por otro lado, una estructura económica que profundizaba la inequidad. Por largos años El Salvador fue un país dependiente de la agroexportación principalmente de café, azúcar y algodón. La distribución equitativa de la riqueza producida por la economía agroexportadora nunca fue un tema discusión entre los grupos dominantes, a pesar del constante crecimiento económico que alcanzó el país, un 5.2 % entre los años sesenta y setenta. Junto a ese crecimiento marchó paralelo un empobrecimiento y un retraso de importantes segmentos de la población.
Si bien es cierto que el régimen político autoritario y el sistema económico inequitativo, rasgos de larga duración, pue­den ser considerados como causas estructurales del conflicto militar, no hay que dejar de lado las causas inmediatas, entre las que podemos mencionar: los fraudes electorales de la década de los setenta (1972 y 1977) y la represión contra el movimiento social y la oposición política. A principios de los años setenta, el debate dentro de la izquierda salvadoreña se centró en las ventajas de la vía electoral sobre la lucha armada. Pero al mismo tiempo que las elecciones fueron más y más fraudulentas, la lucha armada apareció a muchos necesaria y justificable.